Esta
socióloga, especialista de las universidades de Columbia y Chicago en analizar
ciudades, rompe moldes sobre la globalización y el consumo. Denuncia nuevas
trampas del capitalismo, como la compra masiva de tierras.
¿La economía urbana ha
pasado de valorar a las personas como consumidores a tratar de expulsarlas
porque sobran? Este proceso de expulsión
se da en muchos sitios. En el campo también, porque compran las tierras y
sobran quienes las cuidaban. En la ciudad, los hogares y los comercios modestos
quedan desplazados del centro. Además, en esta generación, la cuarta tras la Segunda Guerra
Mundial, la clase media está perdiendo poder. Se está empobreciendo en países
altamente desarrollados como Francia, EE UU y Reino Unido. La nueva generación
adquiere menos educación formal, menos ingresos, y tiene menos posibilidades de
comprar una casa. Eso es una especie de expulsión de un proyecto de vida.
¿Creíamos que cada
generación avanzaría respecto a la anterior?Parecía parte de un
contrato social, pero esa trayectoria ha sido interrumpida en países como Chile
o Argentina, donde fue brutal lo que le pasó a la clase media tras la crisis.
¿Por qué ha sucedido? Es un nuevo sistema. Parece una continuación del antiguo, pero no
lo es. La lógica financiera ha invadido todos los sectores económicos. Hay una
organización del sistema que nace en los años ochenta y se establece en los
noventa. Hoy vivimos sus consecuencias. Y el cambio fundamental es que, en la época
del keynesianismo, la base económica era la manufactura de masa y el consumo de
masa: la construcción de espacios suburbanos de masa con las correspondientes
carreteras e infraestructuras. Es decir, una serie de procesos económicos que
implicaron que el consumo importara muchísimo. Hoy, el sistema financiero ha
inventado modos de multiplicar la renta sin pasar por el consumo de masa.
Construir suburbios se
convirtió en un gran negocio... Cada hogar suponía una nueva nevera, una nueva televisión, nuevos
muebles... Todo nuevo. Se generó un ciclo vicioso positivo. Teníamos un sistema
basado en el consumo. Fuera o no necesario, era vital seguir consumiendo.
¿Ya no es así? Se ha roto la cadena. El salario del trabajador ya no hace posible
mantener el consumo. Se ha roto la cadena, porque se ha terminado la
construcción en masa. Ahora vivimos en un ciclo muy distinto.
¿Qué sucede con la gente
que vive en las ciudades y ya no puede consumir? No es solo un tema de desigualdad y exclusión social, aunque ambos
existen. El nuevo elemento es que muchos de los desempleados de hoy no tienen
posibilidad de volver a tener una vida normal de trabajo. Tanto en Reino Unido
como en Estados Unidos, la población de presos ha aumentado muchísimo, y a mí
me parece que si bien algunos de estos prisioneros son asesinos, la gran
mayoría no lo son y no deberían estar en prisión. La cárcel es una especie de
almacén de gente que el sistema no puede absorber porque no puede emplear.
Viven expulsados del sistema, almacenados y sin posibilidad de reinsertarse.
Otro tema que usted toca
es el de países que compran grandes cantidades de terreno en otros países, como
China en Zambia, y que generan expulsiones masivas de población. ¿Cómo es
posible eso, adónde va esa gente? Agencias de Gobierno y firmas financieras compraron 70 millones de
hectáreas entre 2006 y 2010 en África, Rusia, América Latina, Vietnam, Ucrania
y Camboya. Entre los grandes países compradores están China, Arabia Saudí, los
Emiratos Árabes, Corea del Sur y Suecia. Pero en los últimos años los mayores
compradores en África subsahariana han sido... las firmas financieras de alto
riesgo. ¡Imagínese!
¿Para qué? Es tierra para el cultivo agrícola. Y tierra con altos niveles
freáticos. Compran tierra con agua.
¿Compran en previsión del
incremento del precio de los alimentos o para convertir las cosechas en
combustible? En general, uniformizan
los cultivos. Este año, J. P. Morgan compró 40.000 hectáreas
de tierra en Ucrania, pero los fondos de inversión especulativos son los que
han comprado más. La tierra representa comida y agua, pero también puede
representar biocombustibles y también tierras raras. ¿Sabe lo que son?
No. Hay 17 componentes que Mendeleyev identificó en su tabla periódica
como elementos que no sabía para qué podían servir. Ahora lo sabemos. Las pilas
ecológicas requieren algunos. Los americanos decidieron importarlos de los
chinos y no desarrollaron la tecnología para obtenerlos. Y ahora China es el
principal país exportador con casi el 90%, y Japón, EE UU y otros están
aterrorizados con que pueda suspender exportaciones. Cuando un país como China
compra 3 millones de hectáreas en el Congo y 2,8 millones en Zambia para
plantar palma, o sea, para plantar un único cultivo, eso es una manera de
empobrecer la tierra. Además de expulsar especies de flora y fauna y pueblos
enteros, expulsan a los pequeños agricultores. ¿Adónde se van? A las ciudades.
Lo mismo pasa en India. En los últimos 30 años, los pequeños agricultores han
sido expulsados. Estos pequeños propietarios no son estúpidos. Saben que la
tierra produce. Pero los agricultores pierden esa batalla.
Expulsados hacia las
ciudades, ¿y si allí no hay trabajo para ellos?El sistema económico, el
auge de las finanzas, ha hecho crecer a un sector intermediario que se ha
vuelto estratégico. Pero este sistema no distribuye los beneficios del
crecimiento económico. Al contrario, los concentra más y más. Hoy, en las ciudades
sobra gente. Ya no hacen falta.
Pero muchas ciudades no
dejan de crecer... La ciudad todavía absorbe
a gente, todavía es atractiva. En una época como la nuestra, de grandes
inestabilidades, se da una mayor apertura mental, hay grandes oportunidades y,
por tanto, grandes desilusiones. La ciudad es el territorio de lo posible, pero
no del progreso asegurado.
Vamos a la ciudad a
probar fortuna. Ahí voy. En el campo
queda poco. La tierra está privatizada en manos de grandes empresas y de
grandes agencias de Gobierno, como las de China... Nuestras ciudades son
mutantes, pero las reconocemos a pesar de sus cambios. La sociabilidad, el
contacto físico que ofrece la ciudad, es insustituible. Los centros hacen que
la gente se vea. Gente muy distinta se tropieza, habla. Y esos encuentros en un
centro urbano no generan violencia. Los centros urbanos son fascinantes por esa
capacidad de mezclar sobrepoblación y paz.
¿El centro de la ciudad
hoy, en tiempo de grandes inestabilidades, es un espacio de civilización? Es de todos. Un inmigrante o un turista se sienten bien en el
centro de la ciudad. Los barrios suburbanos son otra cosa; la misma mirada de
la gente puede expulsar. Con tanta gente desesperada por tener un empleo y una
vida con más posibilidades, es el contacto físico de diversas clases sociales
lo que da la sensación de potencial en las ciudades.
Eso sucede cuando los
centros son lugares con vida. Cuando la gentrificación expulsa a los pobres de
los centros y los uniformiza con una única clase social, ¿se pierde ese
civismo? Se pierde el motor de la
ciudad. Mi hijo Hillary, que es escultor, vive en Londres en una zona que
mezcla todo tipo de razas y religiones. El denominador común es la falta de
dinero. En ese barrio, por la noche, aparece el mundo. En las ciudades ocurren
cosas como que los jóvenes se encuentran. Mi hijo llegó a Londres desde Nueva
York y ocupó un edificio con otros amigos. Si ocupas un edificio, la policía te
debe dar un aviso de expulsión tres meses antes de echarte. Están fuera del sistema,
pero mientras viven en esos edificios montan exposiciones que reciben críticas
y reseñas en la prensa. Eso es interesante. Estás fuera de la ley, pero estás
protegido. En Berlín Este sucedió algo parecido tras la caída del Muro. Todos
esos mecanismos permiten sobrevivir y tener un proyecto de vida. No es cómodo,
pero es posible.
Pero su hijo
probablemente no sea un ejemplo de pocos recursos. Tiene una madre académica. Es verdad. Pero él quería su propio proyecto de vida. Se trata de
poder pertenecer al mundo. Lo hizo con 22 años. Hoy, con 30, tiene un
apartamento con una habitación, pero su entrada fue al margen de la ley. Esa
posibilidad de llegar fuera de la ley es buena. Algunos suburbios, como las
favelas, son algo más que zonas de miseria. Desarrollan sus propias economías.
¿Está diciendo que para
sobrevivir en las ciudades hay que hacerlo de manera marginal? Lo que quiero remarcar es que la gente sin recursos puede hacerlo
así y sentirse parte de la ciudad, sentir que esa también es su ciudad, que la
ciudad le pertenece un poco. Yo entré en EE UU de inmigrante ilegal y sentí
eso, sentí que Nueva York también era mi ciudad, my city...
Es un hacer colectivo. No es un milagro, la ciudad lo permite.
Nacida en Holanda,
crecida en Argentina, nómada después por Europa... ¿Por qué tanto traslado? Mi familia vivió 14 años en Buenos Aires. Llegó a principios de
los cincuenta. En la posguerra... Hay dos o tres cosas que se mezclan... Mis
padres eran jóvenes, aventureros. El Estado holandés tomó medidas progresistas
cuando decidió acomodar a los refugiados de Europa del Este tras la Segunda Guerra
Mundial. Facilitaron la emigración de holandeses bajo la idea: "Ustedes
son holandeses, les van a recibir en todo el mundo, y aquí necesitamos
sitio". Hoy hay nueve millones de holandeses fuera del país.
¿Sus padres decidieron
ceder su sitio? Bueno... Le explico el
contexto. Mi papá era periodista, y mi abuelo era el alcalde de una ciudad
bellísima del sur de Holanda, Hertogenbosch. Al ser invadida por los nazis, le
dijeron que o colaboraba o le bombardeaban la ciudad... No entregó a ningún
judío. No había judíos allí. Pero colaborar significaba que uno hacía un pacto.
Después de la guerra, a mi abuelo lo llevaron a prisión. Y mi papá había estado
con los nazis como periodista... Pero quizá fuera mejor dejar este tema...
No, por favor. Mi papá, que era un aventurero total, se trasladó al frente, se
hizo corresponsal de guerra. Goebbels había creado un batallón para los
corresponsales de guerra. Eran todos periodistas; y fumaban, bebían. Nada de
disciplina. Era un batallón cómico. Aun así, mi padre estuvo en el frente en
Rusia... Incluso fue herido. Luego Goebbels lo metió en prisión. El general
odiaba a mi padre y mi padre odiaba a Goebbels. Pero mi padre también se volvió
muy antisoviético. Yo, en cambio, me hice comunista con 13 años; hasta estudié
ruso. Y me fui de mi casa porque no aguantaba más. Pero todo es más complejo...
La familia de mi padre era de grandes propietarios de minas. Y los católicos
del sur de Holanda odiaban a los británicos, porque consideraban que estaban
robándoles... El problema de hablar de estos temas es que, al decir que estaban
contra los británicos, la gente tiende a calificarte de pronazi. En Nueva York
no puedo hablar de este tema. Terminarían diciéndome: "Lo que sucede es
que usted es antisemita". No me ha pasado, pero podría pasarme. Por eso no
hablo mucho de esto...
¿Y su madre? Mi madre llevaba una vida bohemia. Tengo fotos de mis padres con
escritores. Después de vivir en Irlanda, seguían siendo antibritánicos. Eso se
pierde luego en Europa por oposición generalizada al Holocausto. Esa nueva
negativa domina a la anterior antibritánica. Así es que mis padres decidieron
embarcarse.
Cuando llegan a
Argentina, ¿qué hace su padre? Bueno, él... él se hizo amigo de todos los grandes dictadores de
América Latina: de Perón... Pero siempre tuvo algo que por ahí era el
socialismo. Estaban las dictaduras militares, pero también los sindicatos...
reuniones clandestinas en Mar del Plata. Y siempre nos llevaba. Éramos nenas;
creo que servíamos de camuflaje.
¿Todo esto lo ha
entendido después? Eso de no entender me
marcó. Pero la política dominaba mi vida. Yo era comunista y me enfrenté a mis
padres. Quise irme. Ahorré dinero. Les pedí un préstamo y tomé un barco a
Hamburgo. Experimenté la pobreza y pasé hambre. En París, en Turín, donde en
invierno llegué a un acuerdo con el dueño de unatrattoria para
que cada noche me diera un plato de sopa. En Estados Unidos, donde me dediqué a
limpiar casas. He tenido una vida paralela.
Usted va a menudo contra
los conceptos establecidos. Por ejemplo, defiende que la inversión en los
países menos desarrollados aumenta la emigración porque devasta las economías
tradicionales.Eso hoy está comprobado. Puede parecer contradictorio, y por eso
me interesa. Uso la ciudad para entender una realidad más allá de lo urbano.
Se repite que las
movilizaciones del mundo árabe no hubieran sido posibles sin Internet, pero
tampoco se podrían haber producido sin las ciudades. ¿Hasta qué punto la ciudad
es clave para movilizar a la gente? Cuando hay mucha transformación urbana, el individuo pobre se
vuelve multitud y puede hacer historia. Eso no les da necesariamente poder,
pero les da capacidad de hacerse presentes. Creo que la ciudad tiene la
capacidad de generar redes y hacer presentes, visibles, a lossin poder. No es el viejo modelo de protestar
delante de las casas del poder y caer en la dialéctica dueño/esclavo. Los
indignados no buscan solamente estar ahí y que el poder los vea. Hacen red. Ahí
se ve la capacidad de la ciudad de volver compleja la falta de poder.
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