viernes, 24 de mayo de 2013

la poesía moderna, la muerte de dios y la cuestión del sentido. nota de cuaderno de J. Rietchmann


Es altamente significativo que el resonante anuncio de la “muerte de Dios” lo emita a comienzos del siglo XIX el narrador alemán Jean Paul (1763-1825), compañero generacional de los grandes poetas románticos, en ese texto impresionante que es el Sermón de que Dios no existe dicho desde la torre del mundo por Cristo muerto.
 [1] La poesía moderna nace, con el romanticismo alemán, en el vacío de sentido que produce la “muerte de Dios” –y de ahí la fortísima tentación de convertirse en un sucedáneo de la religión, que la asalta una y otra vez. Pero tiene que resistir frente a tal tentación. Uno diría que su vía de avance es la “fidelidad a la Tierra”, el rechazo de falsas trascendencias, la aceptación de la finitud humana y el cultivo de lo que podemos llamar un humanismo trágico.


[1] Un fragmento del sueño del narrador: “Arriba, en lo alto de la cúpula de la iglesia, se hallaba la esfera del reloj de la Eternidad. No aparecían en ellas números que indicasen las horas, la esfera misma era su propia aguja; sólo un dedo negro apuntaba hacia allí. Y los muertos querían ver el Tiempo en aquel reloj. De lo alto descendía hasta el altar en aquel momento una noble figura en la que se advertía un dolor inextinguible. Y todos los muertos gritaban:- Cristo, ¿es que no hay Dios? Y él respondía:- No lo hay. La sombra entera de cada uno de los muertos, y no solo su pecho, se estremecía entonces violentamente; y aquel temblor iba dispersándolos uno tras otro. Y Cristo continuaba:- He cruzado los mundos, he penetrado en los soles, he volado en compañía de las vías lácteas por los desiertos del cielo; pero no hay Dios. Hasta donde llega la sombra del ser, hasta allí he bajado, y he mirado en aquel abismo, y he llamado: ‘Padre ¿Dónde estás?’, pero lo único que hasta mis oídos ha llegado ha sido el estruendo de la tempestad que nadie gobierna…”

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